Lo sé, últimamente… la “fábrica de jarabe” está a medio rendimiento. Espero que me perdonéis cuando leáis mi excusa: volví de Edimburgo para estudiar un Máster de Guión de Cine y Televisión, y así poder llevar a la gran pantalla esas extrañas historias que pasan por mi mente y mis teclas. Mola, ¿eh? :) Pues hala, ¡todo el mundo a rezar para que este dineral dé sus frutos… que falta me va a hacer! ja,ja!
En serio, os cuento esto, porque tiene que ver con una odisea que no puede quedarse en mi tintero… Ahí va:
Como cada tarde, desde hace algunos meses, me subí al metro para ir a la Universidad. El vagón estaba inusualmente tranquilo para la hora que era. Me desplomé en el único asiento libre que había, entre un señor enorme que roncaba con toda su alma y una despeinada niña vestida de bailarina, a la que su madre trataba de mantener quietecita en su sitio. En ese preciso instante, entendí por qué nadie se había sentado antes que yo en aquella silla eléctrica…
Tratando de hacer lo más placenteras posible las tres paradas que me separaban de mi destino, entre el búfalo silvestre y la ardilla asilvestrada, me puse los cascos y le di al play del reproductor de música de mi móvil, según cerraba los ojos…
He de interrumpir la narración para que entendáis lo que viene a continuación, disculpad. No os he contado que el proyecto fin de máster es el guión de una película… y, como no podía ser de otra forma, la mía va de princesas, monstruos, amor y luciérnagas. Pues bien, por aquel entonces, estaba atascado en una parte de la historia en la que la prota estaba cabreada como una mona, porque el chico al que ama está obsesionado con otra joven estupendísima de la muerte… (No os cuento más… Ya la veréis en el cine. ¡ja!) Y, cuando me sucede esto, tengo la manía de escuchar, en bucle, ciertas canciones relacionadas con lo que quiero transmitir. Prosigo.
¿Por dónde iba…? Ah, sí:
Me puse los cascos y le di al play del reproductor de mi móvil, según cerraba los ojos… Las primeras notas de la canción “Let it go” (Sí, de la peli de FROZEN… ¡qué pasa!), comenzaron a sonar en mis oídos; a la vez que mis dedos pulsaban las teclas de un piano imaginario sobre mi pierna. Entonces Elsa comenzó a cantar, tan bien y tan bonito como lo había hecho las anteriores siete mil veces… Yo comencé a venirme más y más arriba, imaginándomela subiendo por la montaña, desgañitándose a cada paso que daba sobre la nieve…
Al primer “Let it go”, alcé la palma de una mano hacia arriba con disimulo, rascándome la oreja; y al segundo «Déjalo ir», la otra palma, colocándome el cuello de la camisa. A partir de ahí, ya no pude contenerme más y empecé a cantar entre dientes, con el “mute” de mi voz activado y apretando los ojos con fuerza en las frases más emotivas. (Sé que también lo hacéis vosotros, no pongáis esa cara…)
La parte más emocionante de la canción se aproximaba… y Elsa y yo lo sabíamos. Justo cuando da el pisotón en el hielo, dibujando una gran flor hexagonal en el hielo… abrí los ojos con euforia, clavando el tacón de mi bota en el suelo del vagón de metro.
Lo que vi entonces me dejó helado (o frozen, como prefiráis): la niña vestida de bailarina (a la que he bautizado como Anna), estaba haciendo el mismo movimiento que yo, golpeando el suelo con su piececito y luego elevando los brazos en el aire, como si construyese un palacio de hielo justo delante de mí…
Miré a ambos lados y vi cómo el enorme señor de mi derecha se había despertado, y me miraba con la boca abierta; y, a mi izquierda, la madre de la muchacha, me apuntaba con la cámara de su móvil.
Me quité a toda prisa los cascos y comprobé que la canción sonaba a todo volumen, y no sólo a través de ellos… ¡Mierda, mierda, mierda!, pensé. El resto de la gente que allí había me miraba directamente, tratando de contenerse la risa; menos una chica espectacular que me regaló una caída de ojos… (No, esto último me lo he inventado, perdón… pero habría estado genial.)
Rojo, a más no poder, salté como un resorte de mi asiento en dirección a la puerta; tratando por todos los medios de apagar aquel aparato infernal, mientras Elsa llegaba a pleno pulmón a la parte en que lanza la corona, diciendo que el pasado, pasado está… (¡Joder!, y yo sin poder lanzarla con ella… ¡qué rabia!). Anna, que seguía bailando a mi alrededor como una posesa, sí que simuló lanzarla, la jodía… ¡Cómo odio a esa niña!
Gracias a Dios, el metro estaba parando en ese momento en la siguiente estación, y empecé a pulsar el botón de apertura de forma desesperada… (Fueron los cinco segundos más largos de toda mi vida, creedme.) Por fin se abrió y salí disparado del vagón sin mirar atrás.
Cuando las puertas se estaban cerrando a mi espalda, me pareció escuchar un aplauso…
Sí, amigos… Desde entonces… voy en coche a la Universidad.
Fin.
Plas, plas, plas, plas, porfa, porfa, vuelve a ir en metro, los niños siempre son una fuente de inspiración, jajajaja. Genial, como siempre.
Cierto!! Cada día aprendo más de ellos… y ellos desaprenden más de mí! jaja!!
me encanta, se me saltan las lágrimas!