Báilame el agua

Ella nunca le escogía a él. Llevaba en esas clases más de tres meses y no había habido ni una sola vez que, cuando el profesor de baile les pedía que se pusieran por parejas, aquella chica de piernas interminables le hubiese dado a Leo la oportunidad. “¡Tampoco lo hago tan mal!”, se decía a sí mismo cada tarde que no era el elegido.

Siempre le tocaba bailar con orondas señoras que le zarandeaban de un lado a otro como a un pelele; o, en el mejor de los casos, con muchachas sin gracia que ni le miraban a los ojos en toda la canción. Por el amor de Dios… ¡que estaban bailando Tango! ¿Qué podía haber más pasional y cómplice que eso? Pero aquel último día de curso… el destino quiso que la elección de los «rivales» la hiciese el azar, y su nombre apareció junto al de Lis en el monitor de la sala.

Con pasos cortos y lentos comenzó a acercarse, abriéndose paso entre la multitud de desafortunados pretendientes que no habían corrido su misma suerte. Ella sobrevolaba con sus grandes ojos verdes los rostros con expectación. Leo se dio cuenta entonces de que ella ni siquiera sabía a quién correspondía el nombre que acompañaba al suyo en la pantalla… Le temblaron las piernas.

Meneando la mano como una infanta desde su coche presidencial y con una estúpida sonrisa en la cara, aquel chico desgarbado se identificó por fin. Al verle venir, una mirada de desconfianza rodó por las pupilas de Lis hasta acariciar el suelo.

–Intentaré no pisarte, tranquila- acertó a susurrar Leo, mientras le tendía la mano izquierda para tomar posiciones. Ella dudó por un instante antes de aceptarla, pero finalmente lo hizo.

La melancólica música comenzó a llorar sobre la tarima y sus cuerpos se juntaron por instinto. Ninguno de los dos se decidía a tomar la iniciativa. Permanecieron inmóviles hasta que un leve empujón de otra pareja les hizo despertar. Abrieron los ojos y se miraron más allá del reflejo del otro… Se encontraron.

Cerillas en pleno beso

La mano derecha de Leo, que había cruzado atrevida la espalda de la joven hasta casi convertirse en un abrazo, se ajustó un poco más a sus costillas desprotegidas por la tela, marcando el primer movimiento… Y entonces, sucedió.

Como si lo hubiesen ensayado durante toda la vida, se deslizaron simultáneamente hacia un lado arrancando al parqué un quejido áspero: igual que el que produce un fósforo al besarse con la lija de la caja… La llama prendió al instante. Aquel fogonazo hizo que todo y todos desaparecieran de su alrededor, borrados por el abanico que dibujó el vestido de ella en el aire.

Durante los siguientes tres minutos, sus piernas y sus bocanadas de aliento sincronizadas, compitieron con sutil valentía por colarse entre las del otro, sin regalar ni un milímetro de tregua al enemigo. La timidez inicial de los pasos fue cediendo terreno a una pasión que se aceleraba con cada gemido del bandoneón. Espasmos coordinados, firmes, casi violentos, les estremecían cada vez más a menudo, azuzados por el calor que desprendían sus propios cuerpos al rozarse…

Sus miradas de ansia, tortura y placer sólo se desencadenaban la una de la otra cuando Lis se refugiaba furtivamente en el pecho de él, o en los huecos que le dejaba a traición en su cuello para que pudiera descansar sus sentidos doloridos; momentos que Leo aprovechaba para respirar hondo, dejándose matar una y otra vez, una y otra vez, por la fragancia de su pelo.

Cuando la nostalgia de las notas finales de aquel Tango les devolvió al mundo de espejos que los rodeaba, la escena era sobrecogedora: el cuerpo de ella descansaba cuan largo era sobre la pierna adelantada de Leo. Él, con una mano crispada sobre la parte baja de la espalda desnuda de Lis y la otra asiéndola con firmeza por la nuca, la apretaba sin miedo contra su piel incandescente, manteniéndola suspendida a escasos centímetros del suelo. Ella, con los puños cerrados con la desesperación de quien sabe que tendrá que soltarse tarde o temprano para caer al vacío, se aferraba a la camisa de él, entre jadeos y lágrimas.

Tras unos largos instantes, y coincidiendo con la explosión en vítores de las demás parejas que se habían quedado paralizadas por el espectáculo, dejando a aquellos improvisados amantes en llamas el cuadrilátero para ellos solos, Leo y Lis deshicieron sin prisa el nudo de emociones y músculos que los mantenía presos, permitiendo que ella se deslizara por él hasta posarse con delicadeza sobre la madera gastada.

–No lo vuelvas a hacer– susurró Lis con una voz tan dulce como amenazante, mientras se incorporaba colocándose el vestido.

–¿Hacer qué…?– replicó Leo tragando saliva, tratando aún de domar sus latidos.

–Dejarme bailar con otro que no seas tú… Jamás.

10 comentarios en “Báilame el agua

  1. Bonita historia, la he leído teniendo de fondo «Por una cabeza»….:).

    La protagonista de tus relatos es siempre la misma mujer, o todas tienen los ojos verdes…verde como el trigo verde y el verde, verde limón…..

    • Buenísima elección, Andrés!! La verdad es que quería haber incluido una nota que dijese que este relato se tenía que leer con un tango como este de fondo… De hecho, lo voy a hacer si me lo permites.
      Gracias! por tu comentario!
      PD: Sobre lo de los ojos verdes solo te diré… que son traidores, como dice la canción. ;)

  2. Impresionante gsus, impresionante.
    Desde León te mando un abrazo, mi imaginacion tambien te lo mandará,,, cuando aterrice

  3. Que linda historia!! Muy romantica. Me encantó! Y la imagen es perfecta para el relato…!! no me habia percatado de que eran fósforos… genial! La verdad encontre este blog de casualidad, buscando información e imágenes sobre luciérnagas y me esta gustando lo que escribes! :) Seguiré leyendo… Saludos!!

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