Raro, distinto, extraño, diferente, especial, en peligro de extinción, uno entre un millón, una aguja en un pajar, un mirlo blanco, el dentista que siempre les lleva la contraria a los otros nueve del anuncio… Así soy yo. Y, aunque no lo creáis, a veces me canso de serlo.
Al principio de los principios me hacía hasta gracia, pues me parecía aburridísimo ser uno más. Pero últimamente, qué queréis que os diga, discuto mucho con mi espejo: “¿Se puede saber por qué narices no eres como los demás? ¡La vida sería bastante más fácil! Naces, creces, te reproduces y mueres. Una cucaracha común, vamos. Para qué complicarte la vida buscando más allá…”.
En serio, de un tiempo a esta parte, a menudo me sorprendo a mí mismo envidiando (y no sanamente) a esa gente que trabaja por dinero, sin esperar ninguna recompensa más; que tiene pareja por no estar sola, aunque no se parezca demasiado a la que habían soñado; que no echa de menos nada que no haya tenido nunca o que haya perdido… En definitiva, ésa que se conforma con lo que le ha tocado vivir. Es lo que hay, bicho raro.
Pero no, yo no funciono así, pese a que me fastidie querer siempre más en todos los campos (y en todas las ciudades). Porque, creedme, ¡es agotador! Hasta tal punto que, en esos momentos, a mi reflejo le encantaría haber sido una oveja blanca: “Uy, mira, hierba… ¡Fantástico!”, “Uy, mira, una cabra… ¿nos casamos aunque tengas cuernos?”; “Uy, mira, un lobo… Bueno, espero que vaya a por otra”, “Uy, mira, más hierba… ¡Genial!”. Y así todo.
De verdad, debe de ser espectacular sentir en tus propias carnes esa calma que da recibir las cosas según vienen, sin darle mayor importancia, sólo esperando a que sucedan: casa, coche, trabajo, comer, qué tal el día, Cari; dormir, comunión de la niña, pagar la universidad del otro monstruo, hay que ver cómo pasa el tiempo; jubilarse, a mí llevadme a una residencia que no quiero estorbar, hijos de p***; y Sanseacabó.
Normal, igual, clonado, en la media, parecido, corriente, regular, universal, semejante a los demás, el que te suena de algo aunque no le hayas visto jamás, al que le gustaría ser como el décimo dentista, pero decide no hacerlo por salud mental…
¡Eso es Felicidad! Y quien diga lo contrario… bienvenido al club de los soñadores, locos e incomprendidos. No estamos del todo completos, pero tarde o temprano lo estaremos, seguro. Y lo mejor de todo, es que cuando llegue ese día tendremos la sonrisa más bonita del mundo. Y ¿sabéis por qué? ¡Porque Oral-B es una mierda! jaja!!
Gracias por volver. Como siempre, me encanta.
Gracias a ti por seguir por aquí cada vez que yo vuelvo. :)