¿Y qué pasará cuando todo esto termine, eh? ¿Habrá servido para algo? ¿En serio lo creéis? Yo no. Olvidaremos, claro que olvidaremos. Como hacemos con todo lo que duele: con los días rojos, con los desamores, con las muertes que nos parten por la mitad y de las que creemos que nunca nos recuperaremos. Somos de olvido fácil. Es un sistema de autodefensa, ¿sabéis?
Sí, olvidaremos porque estamos diseñados de forma maravillosa. Quien -o lo que- nos creó sabía que era absurdo dejar que nos atormentásemos por cosas que no tienen solución; que nos tocan y punto. “Total… —debió de pensar mientras moldeaba el barro una aburrida tarde de invierno en la que, en lugar de salirle un jarrón, le salió un humano— para el abrir y cerrar de ojos que duran, aunque ellos se crean eternos, para qué voy a hacerles sufrir más de lo justo y necesario. ¡Animalitos!”
No tengáis dudas: olvidaremos. Cuando menos lo esperemos, todo habrá acabado y colgaremos los guantes (junto a las mascarillas) de boxeo para volver a nuestras despreocupadas vidas. Y pasados un par de años, caminaremos por la calle respirando a pleno y contaminado pulmón, convencidos de que estas cosas solo les suceden a los chinos, como hemos hecho siempre, porque le echan murciélagos a la sopa.