Las luciérnagas deben brillar cuando nadie más lo hace porque es cuando más se las necesita. Y yo me apagué también. No he estado a la altura de las circunstancias. Os he fallado a todos. Y lo siento tanto…
Pero es que, en el fondo, tan solo soy un humano con un disfraz de bicho luminiscente venido a menos. No os podéis hacer una idea de lo doloroso que era para mí ver cómo el mundo se iba por el desagüe y no poder hacer nada para evitarlo. No ser capaz de sacar las fuerzas del buen humor del que alardeo habitualmente para ni siquiera intentarlo. Me había fundido sin más. Todo mal.
Y lo peor venía con cada latigazo que me dabais con esos “Ya no escribes”, cuando nos veíamos tras las mascarillas o las pantallas. Latigazos, a los que yo solo podía responderos con una mentira: “Ya, es que estoy poco inspirado con todo esto…”. Pero ha llegado la hora de deciros la verdad: por supuesto que la situación que estamos viviendo me ha dado millones de excusas para sentarme a escribir. Pero ninguna alegre. Y decidí que ya había demasiada tristeza en el aire impidiéndonos respirar, como para convertirme en un escarabajo que colaborase en hacer más y más grande la pelota de estiércol que la humanidad se había visto obligada a empujar sin estar preparada para ello. Sin venir a cuento, como los te quieros…
Cada vez que se me ocurría algo feliz o gracioso sobre lo que hablar, pensaba en el daño que podrían producir mis palabras en la gente que lo está pasando tan mal; sobre todo, la que ha perdido a un ser querido. ¿Quién era yo para tratar de hacer sonreír al resto, habiendo tantas almas hechas polvo solo porque les ha tocado la china, y nunca mejor dicho?
Pero se acabó. Hace unos días me di cuenta de que, abandonando la escritura, no solo había dejado a oscuras a esas luciérnagas en prácticas que necesitan de vez en cuando un fogonazo de esperanza, de consuelo o de simple distracción. Me había dejado solo a mí mismo… ¡con todas las cosas y personas preciosas que también me han pasado en estos tiempos repletos de penumbra, que se merecen más que nunca salir a la luz!
Así que quiero pediros perdón.
Así que quiero pedirme perdón.
Porque Vernos es mi lugar favorito en el mundo.
Que ilusión leerte un sábado por la noche mientras vuelvo a casa… Pero no tienes por qué pedir perdón, al menos no a los demás, en lo de pedirlo a ti mismo no me meto… Buen finde!
¡La ilusión es mía por seguir viéndote ahí! ¡Gracias de verdad!