Donde nacen los besos

Los libros de historia y los periódicos de ayer están plagados de héroes y heroínas. Ya. Pero ¿sabéis cuál es la persona más valiente del universo, y la que sin duda debería aparecer en esas páginas, con foto y todo, y no lo hace? Fácil: la que besa primero…

Porque sí. Porque para dar un beso de ésos que van a alguna parte (no de los que son sólo otra muesca en nuestro revólver), hay que ser tremendamente valiente. ¡Ostras!, ¿y si me hace la cobra? ¡Ostras!, ¿y si no lo hago bien? ¡Ostras!, ¿y si deja los ojos abiertos…? ¡Ostras, ostras, ostras! Sí, amiguitos, hay que poseer un coraje para ser el primero en besar, que ya lo querría MARVEL para sus superhéroes en mallas. Y lo sabéis.

Es que, para empezar, y sin menospreciar a nadie, encontramos a quienes los piden por miedo a que sea ésa su única opotunidad de llevarse los tuyos a la tumba: «¿Pero no me vas a dar un beso de despedida?», te sueltan con ojitos de querer en el mejor de los casos; o, en el peor: «Llevo viendo toda mi vida pelis de Meg Ryan, y es lo que toca… Así que, ¿a qué estás esperando? ¡Bésame, tonto!»

He de confesar que yo, como soy muy facilón, y los besos me parecen el mejor invento del ser humano (después del Ibuprofeno y el GPS), es bastante probable que os los dé, siempre que me lo pidáis con cariño. En serio, no os cortéis… ¡Probad! ;)  Pero no, no se deben pedir los besos. O correremos el riesgo de recibir uno con el mismo efecto afrodisíaco que los que os va a enchufar vuestra tía Amparo en Nochevieja tras cuatro copas de champán. (Y os aseguro que mi tía Amparo le pone mucha, pero que mucha pasión. jaja!) Repito, NO. Los besos no se piden. No funciona así…

Luego está el/la caradura por excelencia (que no es valiente ni es na’, por cierto) que deja caer, a modo de avanzadilla, la frase: «Tengo ganas de besarte…», mirando fijamente tus morritos carnosos, por supuesto. Y después llega la fase dos: esperar atentamente una caidita de ojos, o una apertura exagerada de los mismos en tu cara, antes de lanzarse o no a la piscina… ¡Eso es trampa, sinvergüenzas! ¡Cooo, co, co, co…!

No serás un gallina, McFly…

Bueno, bueno, y con esto hemos llegado a… ¡los besos robados! Y que conste en acta que me refiero a los que “ambas partes” son conscientes de que les pueden ser arrebatados al más mínimo descuido (no por la calle a cualquiera, ¡animalitos!). Quizás éstos sean los más arriesgados porque, aunque te puedan llevar en picado a una torta con la mano abierta… también te pueden catapultar a una aventura que ni siquiera tú imaginabas poder vivir algún día. Y la otra persona, tampoco.

No puedo irme de aquí sin mirar de soslayo esos besos-que-nunca-se-dieron. Lo sé, a mí también me duele cuando los busco en mi memoria y no los encuentro… Siento tener que ser yo quien os lo diga, pero, ¿cómo van a estar ahí? Jamás nos atrevimos, ¿recordáis? Así que… que no me entere yo de que nos quedamos ni una sola vez más con las ganas, ¡¿me oís?! Al fin y al cabo, ¿qué podría salir mal…? Ejem, ejem…

Y este viaje acaba con el buque insignia de todos los besos. Con ése que nadie sabe por qué, ni cómo, ni cuándo. Tan sólo sucede, nace, explota dándole sentido a todo en mitad de nuestro baile. Sin forzarlo, sin pedirlo, sin robarlo. En definitiva, sin venir a cuento. Y lo mejor de ese beso, mis queridos héroes y heroínas, es que para darlo o recibirlo no es necesario ser valiente… ¡Eso es! Sólo hace falta ser uno mismo.

PD: Ahí va un beso a oscuras en vuestro portal, que no me he olvidado de él… Y os lo debía.

4 comentarios en “Donde nacen los besos

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