A raíz de uno de mis escritos, en el que alardeaba de ser diferente al resto (incluso más feliz) por no desistir en el empeño de alcanzar mis metas, un amigo de siempre me dijo que tuviera cuidado, no fuera a ser que un día… se me acabasen las reservas de baldosas amarillas. “Hala, ahí lo llevas, campeón -me dije-. Eso, ¡por bocachancla!”.
Después de darle muchas más vueltas de las que hubiera querido, llegué a la conclusión de que mi amigo llevaba razón. Y me veo en el compromiso de hacer el siguiente llamamiento:
Señores y señoras coaches y blogueros-happy-flower de moda, dejen de empujar fuera de su zona de confort a la gente, ¡hombre ya!, que luego se me calientan la teclas y me caen las leches a mí. Confórmense con tenernos a los soñadores pasando un frío y unas incomodidades que flipas, ¡cabritos! :) Que sí, que yo soy el primero que anima a los que se sienten paralizados o insatisfechos a romper la burbuja-más-vale-lo-malo-conocido-que-lo-bueno-por-conocer, porque este viaje es demasiado corto como para quedarse mirando por la ventana sin hacer nada. Pero no a los demás, no a los demás…
Me refiero a ésos que están tan a gustito con sus vidas tranquilas, y no han pedido nuestra opinión. Dejémosles en paz de una vez, por favor, que ellos no tienen la culpa de nuestras inseguridades, inquietudes e ideas descabelladas. Total, vamos a acabar todos bajo tierra tarde o temprano, hayamos recorrido el sendero que hayamos recorrido, y esté compuesto de ladrillos del color que sea. Porque, como dijo el pensador (o mi padre, no me acuerdo): “Lo único que hay justo y asegurado, es que tocamos a una muerte por persona”. Así que, permitámosles quedarse sentaditos en su mullido sillón, bien cerca del brasero, y observando cómo esos raritos del edificio de enfrente salen a la terraza en calzoncillos en pleno diciembre, fuera de su plácida zona de confort, porque lo han leído en no sé qué página de autoayuda, de no sé qué luciérnagas…
Si me estáis escuchando, felices del mundo, hacedme caso y meteos pa’ dentro, que aquí hace una rasca de pelotas.
Yo creo que al que inventó eso de que hay que salir de la zona de confort para sentirse realizado… una de dos: o le habían dado una patada en el culo en el trabajo, o su mujer/marido le había puesto las maletas en la puerta. Me lo imagino pensando para dentro: “¡Menuda faena!, voy a ver si consigo que más pringadillos como yo salgan de las suyas, y así no me siento tan desgraciao!”. Y funcionó. Vaya que si funcionó. Es más, dicen por ahí que todavía se está riendo el jodío…
Ni por asomo soy yo el más indicado para recomendar a nadie si debe o no arriesgarse por alcanzar un sueño, o, simplemente por cambiar las cosas. Bien sabéis que llevo escrito en la frente “consejos vendo que pa’ mí no tengo”. Eso sí, he de advertiros que si vuestra respuesta es afirmativa, está muy bien eso de saltar de un tren que no nos está llevando a donde queremos… Pero, chicos, chicos… ¡que no esté en marcha, valientes, que sois unos valientes! jaja!
Y una cosita más, quizás la más importante de todas (la aprendí en 4º de Psicología. Ah, no… que no tengo la carrera, perdón): salir de la zona de confort no significa que haya que quedarse fuera para toda la eternidad. De hecho, tenemos que ser conscientes de que ese “fuera de la zona de confort«, después de nadar un rato en la novedad y se haya pasado la euforia, se convertirá de nuevo en rutina; y por lo tanto en el interior de otra zona de confort. Y así una y otra vez, una y otra vez… Hasta el infinito. Corrijo: hasta que la palmas. Y reitero: porque la vas a palmar.
Así que, claro que puede ser muy útil salir, respirar aire fresco, e incluso recoger un par de flores que quieres que mañana estén sí o sí en tu corona funeraria. Pero, principalmente, para mirar hacia atrás y ver todo lo bueno que tienes y lo que puedes mejorar. Pero no hay que olvidarse de volver, amigos. Siempre volver.
Y, a ser posible, antes de que metas la mano dentro del saco, y descubras con espanto que no te quedan más baldosas amarillas.